Sobre mi

Corona Zamarro (Cantalejo - Segovia), a los nueve años se trasladó con su familia a Madrid, y allí estudió Magisterio. Ejerció su profesión en distintos lugares de Cataluña, Navarra y en Málaga, su lugar de residencia desde 1985. Tiene estudios de Psicología y ha cultivado la pintura, el modelado en barro y el teatro, este último tanto como actriz como dirigiendo a sus alumnos. Ha participado en numerosos cursos de verano sobre narrativa en distintas universidades y en congresos de la universidad de Málaga. Ha dirigido la asociación cultural “Los lunes del Palomar”, colabora en revistas, imparte cursos de narrativa, forma parte en jurados de concursos de pintura, poemas y relatos. Ha rescatado cuentos de tradición oral, para que no se pierdan en el olvido…

Pertenece al CAL, Centro Andaluz de las Letras, a través del cual difunde su obra y la de autores clásicos por Andalucía. Es socia de ACE (Asociación Colegial de Escritores de España). Está incluida en las Antologías de la Asociación Colegial de Escritores de España, en la Antología internacional Humanismo Solidario, en el libro internacional del Movimiento de Mujeres Poetas, en el libro de apoyo a los refugiados Fronteras de Sal, en el libro de Poemas e Ilustraciones de Amnistía Internacional, forma parte de la Selección de Poesía Femenina Malagueña, de la colección Wallada, del libro de relatos Mujeres Viajeras.

Curriculum

Socia

de

CAL

Centro Andaluz de las Letras

ACE

Asociación Colegial de Escritores de España

CEDRO

Centro Español de Derechos Reprográficos

Ateneo de Málaga

El Ateneo de Málaga

AAMM

Amigos del Museo de Málaga, Bellas Artes y Arqueológico

Amigos del Jardín Botánico

Amigos del Jardín Botánico-Histórico La Concepción

Libros colectivos (participación)


Mujeres malagueñas 2008

Mujeres Viajeras 2009

Para mujeres poemas e ilustraciones 2012

La ciudad en la cumbre 2015

Grito de mujer 2015

Catálogo de mujeres en el arte 2015

Flores del desierto 2016

La cuarentena 2020


ANTOLOGÍAS:

ACE "Antología dígital 2017: Este pasar despacio"

ACE "Antología 2017: Oía hablar a los árboles"

II ACE "Antología 2018: No hay paiseje sin ti"

II ACE "Antología dígital: La voz hundida del tiempo, la palabra" 2018

"Antología: grito de mujer, faros de esperanza" 2018

"Antología: Mano entregada" 2018

III ACE "Antología dígital 2019 Quizá cuando el amor quede tan solo, la única estancia habitada"

III ACE "Antología: La luz impasible"

Mis Actividades

y formación
1965 - 1989
Titulaciones

Maestra de enseñanza primaria
Instructora de educación física
Diploma de lengua francesa por La Aliance Francaise

1978 - 2013
Formación

Cursos de dibujo
Escultura en la Escuela de Artes y Oficios de Barcelona
Taller de Modelado
Teatro con el Método Stanislavski
Dos cursos en la facultad de Psicología de Málaga
Diez cursos de Psicoanálisis en el Ateneo de Málaga
Talleres de escritura
Cursos de Antropología Psiquiátrica
Pintura como autodidacta
PROEXDRA (Formación profesorado con la colaboración de la Junta de Andalucia) varios cursos
Otros cursos

1998 - 2013
Cursos, congresos y seminarios

Cursos de verano de narrativa en varias Universidades
Varios congresos y seminarios de lengua y literatura en la UMA
Encuentros de Autor con alumnos de colegios e institutos de Andalucía a través del CAL
Centro Andalúz de las Letras 2007-2013

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LA FUENTE DE IRÁS Y NO VOLVERÁS: (Editorial Indescomp Año 2002)

Para tercer ciclo de PRIMARIA o SECUNDARIA
Es un cuento antiguo, una aventura fantástica y terrible llena de peligros y soluciones mágicas. Terminaba bien, pero después de luchas y de castigar a los malos.
La vida, como los cuentos, está llena de peligros, como el bosque frondoso, pero también está lleno de palacios maravillosos y de tesoros.
Y tampoco es tan fácil: hay peligros que vencer, como los gigantes, que es como el niño ve a los adultos. Pero tiene recursos: la fuerza del león, la sabiduría que le trasmite el sabio: el maestro, los padres, el estudio. El conocimiento podrá salvarle.
Y ese conocimiento va unido al equilibrio, a no acaparar el agua de la fuente, al no consumismo, al conformarse con lo suficiente, a la generosidad de compartir y al ser agradecido. Sin embargo, el peligro existe, y muchas veces el dolor lo causan las personas más cercanas: los padres de Pulgarcito que los abandonan en el bosque, o el abandono involuntario de las madres de Cenicienta o Blancanieves al morirse, y los padres que desaparecen al casarse con la madrastras y no protegen a sus hijos. Pero surgen ayudas inesperadas en el exterior, aunque fallen los más allegados.

ENSEÑANZAS

El niño se identifica con el protagonista, que es tratado injustamente, que tiene que pasar por grandes dificultades, pero que al final saldrá adelante. Los ogros, brujas, gigantes, duendes, dragones, madrastras (el mal), al final recibirán su castigo. Los niños se alegran de la muerte de los malos y al proyectar sus sentimientos sobre personajes fantásticos, se liberan de su rencor cuando ellos son tratados injustamente.
Al menos sus padres no son tan malos como los de los cuentos; porque él intuye que ogros y madrastras son padres simbólicos. Si uno no tiene problemas importantes en su familia, aprende que otros no tienen tanta suerte, como se ve en la noticias.
No sólo no hay que preocuparse por la muerte y los castigos en los cuentos, sino que son necesarios para que el niño aprenda que existe el mal y el bien y que el mal se castiga, que no merece la pena ser malos.


 


PRESENTACIÓN

“MÁLAGA PARA JÓVENES DE TODAS LAS EDADES”

Buenas tardes, el Ateneo de Málaga y yo como su vocal de Arquitectura y Urbanismo agradecemos vuestra asistencia a la presentación de “Málaga para jóvenes de todas las edades” obra de Corona Zamarro que nos acompaña.
Esta obra refleja la vocación didáctica de Corona y la ilusión con la que ha desarrollado su labor. En “Málaga para jóvenes de todas las edades” los paseos entre la autora y su nieto por la capital nos conducen a un recorrido por sus lugares más emblemáticos.
Cuando nos decidimos a emprender un viaje, uno de nuestros primeros impulsos es comprar una guía. Es un manual indispensable, útil y un gran tesoro que nos recuerda los mundos descubiertos una vez que queda archivado en nuestras estanterías tras el viaje. Sin embargo no deja de ser una acumulación de datos objetivos que nunca terminamos de leer, con todos los respetos al seductor mundo de las guías de viaje. Lo que nos gustaría encontrar casi siempre es la visión subjetiva de otro viajero y eso es lo que nos aporta “Málaga para jóvenes”. No estamos ante una guía sino ante un guía que aunque sea mujer lo expresamos en género masculino para distinguir los dos conceptos.
Con un lenguaje coloquial, sencillo, limpio y sincero y una trama llena de anécdotas entrañables entre abuela y nieto, aprendemos a amar el pasado y presente de Málaga. Nos enseña a descubrir la memoria que se esconde detrás de cada edificio, plaza o jardín, en definitiva a habitar la ciudad. Como dijo Heidegger en “construir, pensar, habitar” el habitar es el rasgo fundamental de ser según el cual son los mortales.
En todo hace falta un guía, esa persona que nos lleve de la mano y nos enriquezca con sensaciones e impresiones. Y esto es lo que Corona nos regala con sus paseos por la ciudad junto a Chiqui, como hiciera el profesor Lidenbrock con su sobrino Axel hasta el centro de la Tierra siguiendo los pasos de Saknussemm en la novela de Julio Verne.
Desde Atarazanas hasta las playas de la Misericordia pasando por el Belén de la Mosca, la autora nos inicia en el viaje de descubrir por nosotros mismos la memoria de la ciudad, seamos habitantes o turistas.
No es evidentemente una historia exhaustiva de Málaga, pero fenicios, romanos y musulmanes se pasean con abuela y nieto descubriendo lo que se esconde tras lo que estamos acostumbrados a ver sin saber mirarlo. Corona nos ha regalado la llave que abre la puerta de la investigación, el estímulo del conocimiento, sin olvidar nuestras costumbres y fiestas, desde comprar un helado en casa Mira o los dulces hechos de las monjas que se venden en San Juan de Dios, hasta una procesión de Semana Santa en la que se mezclan tradición, fe y cultura.
Transmitiendo sus emociones hace que se desarrollen las propias del lector y, como no podía ser de otro modo, lo entremezcla con valores fundamentales que transmite a su nieto. Aprender a cumplir con las obligaciones, saber perder una apuesta o ser justo, son asignaturas que seguro Chiqui no tendrá pendientes.
Pero nadie mejor que la autora, a la que damos paso, para conducirnos esta tarde por nuevos caminos malacitanos.

Málaga 7 mayo 2012

Borja Peñalosa
Arquitecto y vocal de Arquitectura y Urbanismo del Ateneo de Málaga

Enlace Junta de Andalucía: Libro Abierto, reseña

Enlace artículo en la "Opinión de Málaga" 


 

CASI VEINTE AÑOS

CRÍTICA DE Francisco Javier Rodríguez Barranco

Escritor y editor de editorial AZIMUT

LA LARGA POSGUERRA DEL 45 EN “CASI VEINTE AÑOS”

¿La familia? Ah, pues yo cuando sea mayor quiero creer en las familias felices. Claro que sí. Es la ilusión de mi vida. No sé, me transmite muchas cosas y además lo he visto en las películas y en las teleseries, normalmente made in USA. Y Hollywood no puede mentir: todo mi mundo se desmoronaría en un instante.

Nos situamos así en el libro que nos ocupa y a  uno, la verdad es que le resulta emocionante, casi estremecedor, conocer en persona, ahora ya en su soberbia madurez, a esa niña con trenzas a la que ha leído nacer y luego crecer, las mudanzas, ir al colegio, el Bachiller por libre, el primer amor, etcétera. No todos los días conoce uno a la protagonista principal de un libro.

Pero ya que hemos empezado por la familia, como no podía ser de otro modo cuando se narran los primeros veinte años de vida de una persona, ¿qué modelo de familia nos muestra Corona? Básicamente el que instauró un padre que no dio un palo al agua en todo su humano discurrir por este valle, que para él más que de lágrimas, lo fue de alcohol; que nunca se levantaba antes del mediodía, fumando en la cama hasta que los niños regresaban del colegio y se incorporaba al mundo de los bípedos solo para ir al bar a tomar café y aguardiente, su desayuno estrella, todo ello cuando en la familia hacía falta dinero, como en todas las familias de la época, y Corona necesitó el mecenazgo de otras personas para poder hacer el Bachiller.

Nos habla la autora eufemísticamente al referirse a su padre de un espíritu libre para el que no se inventaron los horarios, pero esa persona no fue nada más que un zángano, apto tan sólo para posar en las fotos del carné de familia numerosa. Y no quiero yo ponerme en plan moralista a lo Esopo, pero si recordamos la fábula de la cigarra y la hormiga, la primera es una especie de parásito de la segunda. Para que existan cigarras, es necesario que las hormigas trabajen el doble. De otro modo, el invento no funciona. Para que existan espíritus libres es necesario que coexistan espíritus responsables y ese papel le tocó muchas veces a la propia niña Corona, la mayor de cinco hermanos, poseída además por la neurasténica idea del amor al estudio.

Todo comienza en Cantalejo, una urbe de la provincia de Segovia, a la que el rey Alfonso XIII le concedió el título de “ciudad”, una distinción que, hasta donde llegan mis torpes conocimientos, no ostenta aún la capital madrileña. O quizá es que a la villa y corte le gusta relamerse en el binomio “villa y corte”. Pues, bien, de Cantalejo puede afirmarse al leer Casi veinte años que era una población con una cierta actividad industrial, dentro de unas coordenadas artesanales anteriores a la invención de la máquina de vapor, es decir, la única ciudad de España dedicada a la fabricación de trillos, que complementaban con la elaboración de cribas para separar la paja del grano. Pero que sobre todo extendían su actividad a los “veranos”, es decir, viajar por diferentes regiones de la geografía nacional para lo de los trillos y las cribas, unas situaciones que Corona describe como «economías de subsistencia y miseria generalizada, con un índice muy elevado de analfabetismo que les hacía soportar esas condiciones con resignación” (p. 40). Paráfrasis pura del “A ver qué remedio” en que pueden glosarse unas décadas de penurias inagotables.

Nacida en 1945, Corona remonta los recuerdos a los orígenes familiares, padres y abuelos, y el mundo que nos desbroza es el de una sociedad semianimalizada. Porque Castilla, amigos míos, no es ese vasto pecho de contención ante la tormenta nacional, según nos pintaron los hombres del 98, tan necesitados ellos de agarrarse a valores firmes cuando se apagó la última brasa de grandeza española. Castilla es la región de la quina y la inquina, un terreno reseco abonado para el resentimiento, personas que nacen ateridas, crecen resignadas, se multiplican derrotados y mueren amargadas, casi como un alivio. Imperio de lo tóxico, incluso en la intimidad de la familia, o precisamente en la intimidad de la familia. Rencillas fraternales de por vida a causa de, pongamos por caso, una tapia medianera que se halla unos centímetros más allá o unos centímetros más acá. Abuelos que son como ogros, comparado a los cuales el sacamantecas es un niño de teta. Y de ello, como no podía ser de otra manera, habla Corona en su libro.

Así, si recordamos los lutos, aquellos lutos eternos, lisérgicos, mucho más exigentes con las mujeres que con los hombres, Corona nos dice: «El primer año de luto, con la gasa sobre la frente, si salían a pasear algún domingo, tenía que ser hasta los lavaderos, donde no las viera nadie que pudiera criticarlas» (p. 56). Y sí, ya sé que todo es bastante lorquiano, pero ésos son los hábitos que yo he conocido en Castilla: mi madre, por ejemplo, se casó de luto porque mi abuela paterna había fallecido pocos meses antes. Al hablar de la, digamos, vida social en la taberna, Corona recuerda con respecto a su padre: «Bebía, fumaba y blasfemaba como un carretero. Pero ni más ni menos que la mayoría de los hombres del pueblo, que con esas demostraciones se creían muy machos, muy orgullosos de su virilidad» (p. 117). Aunque el punto álgido, a mi entender, se alcanza al hablar del abuelo paterno y su tía Clara: «Mi abuelo Gregorio siempre estuvo enfadado con mi madre, a la que nunca perdonó haberse llevado la paga de su hijo. Apenas la soportaba y procuraba desprestigiarla siempre que podía, lo mismo que su hija Clara» (p. 66). Un amor de persona, vaya, que también podemos perseguir en otros momentos del libro. Así, la madre de Corona acude diariamente a cuidar a su suegra, pero «cuando entraba en la habitación se retiraba la familia, haciéndole el vacío» (p. 79). Durante los años madrileños, de los que luego hablaré, la familia regresa al pueblo en verano para disfrutar de unos momentos de intimidad entrañable, pero, ¡oh, desdicha!, «Mi abuelo se mostraba como siempre, seco y duro. Iba a visitarle con recelo, sabiendo que apenas me haría caso. No demostraba ninguna alegría al verme» (p. 208). Toxicidad palpitante. Relaciones anaeróbicas. Y es que los abuelos en Castilla no son como el de Heidi. Qué va, qué va. Para nada.

En Castilla la valía de cada cual se mide por la cantidad de penas que atesora como el bien más preciado. En Castilla la felicidad es engañosa, evanescente, ridícula o, lo más habitual, censurable. Por eso acumulan penas sin cesar, para agigantar la talla personal. En Castilla el sufrimiento es una obligación moral. «Pero mi tía Clara decía que era nuestra obligación, y que si nos contagiábamos, ya nos curaríamos después» (p. 246), en relación con una tuberculosis detectada al abuelo paterno, cuando en realidad lo que la tita Clara pretendía era que si las hijas estaban fastidiadas, las nueras lo estuvieran igual. ¿Y los niños? Ah, si se contagian, que se contagien: que hubieran tenido más cuidado.

De Cantalejo la familia se traslada a Madrid a principios de la década de los cincuenta para conocer en vivo y en directo a ese inmenso poblachón manchego, según le definió Mesonero Romanos en la década de los treinta del siglo XIX y todavía lo era en la década de los cincuenta del siglo XX, como emana de las páginas de Corona y nos han trasmitido autores como Carlos Saura, que además de excelente director de cine es un gran fotógrafo y hace poco pude asistir a una exposición suya con ese tema, Madrid, y en esos años, los cincuenta.

Corona organiza su libro de manera que avance de lo social en la infancia hacia lo personal, lo más íntimo, en la veintena recién alcanzada, arropado todo ello por un estilo que se parece mucho a una charla con el lector. Es la evolución entre dos mundos lo que nos cuenta la autora: de la Edad de Piedra, pues la técnica de los trillos se aproxima demasiado a los perfiles del sílex, a la Escuela Normal de Magisterio con profesores enchaquetados y una directora que realizaba comentarios críticos de las noticias a principios de la década del desarrollismo. Del arado con animales se pasa a cosechadoras mecánicas en Cantalejo mientras el Metro se expande poco a poco por Madrid y Corona evoluciona personalmente de la misma manera que evoluciona la sociedad española. Las chicas empiezan a usar pantalón, llegan las turistas con bikini, el teléfono a las casas, etcétera. Lo que no puede afirmarse de gran parte de los familiares que aparecen en Casi veinte años, anclados de por vida a una era mítica de mezquindades aceradas.

La obra que nos ocupa es la historia de una superación de alguien con tan pocas posibilidades en la vida. Corona no para de compararse con otras personas, siendo niña en Cantalejo y desde los nueve a los diecinueve años en Madrid, para buscar modelos más espirituales de vida. Nuestra protagonista observa actitudes diferentes en otras casas donde las madres, por ejemplo, invitan a merendar a las amigas de su hija, donde los éxitos personales son motivo de alegría, donde, en definitiva, imperan la racionalidad, la generosidad y la ternura. Y hacia la consecución de esto dirige Corona sus esfuerzos.

Llegados a este punto, uno es consciente de que cuando se redacta un libro de memorias, las cosas son como son o, al menos, como se recuerdan, si es que ambas posibilidades no son una misma cosa. Es decir, que los sucesos ocurrieron como ocurrieron y no como nos hubiera gustado que acaecieran. En una obra de ficción se puede, y se debe, fantasear todo lo necesario para soportar una determinada trama. Pero esa opción, por su propia naturaleza, está vedada a un libro de memorias. De manera que no podemos derivar nuestro análisis hacia el argumento de lo narrado, pero sí nos es dado especular acerca de las intenciones: ¿qué mueve a Corona a escribir este magnífico libro con la pulcritud estilística que le caracteriza? Lo suyo sería preguntárselo a la propia autora, claro, pero entonces vaya birria de reseñador que sería uno. Hay que arriesgar una opinión, un criterio que proceda no ya de los hechos, pues ni siquiera Dios, según los principios básicos de la escolástica, puede cambiar el pasado, pero sí del tono en la exposición. Así las cosas, lo que no se aprecia en Casi veinte años es un ajuste de cuentas con el pasado. Más bien todo lo contrario: lo que evoca el libro de Corona es un deseo de paz y de reconciliación. Algo así como colocar a todos sus fantasmas en fila para decirles a la cara: “Y, bueno, ya está. Todo aquello pudo ser mejor, manifiestamente mejor, pero ya está. Vosotros fuisteis lo que fuisteis, pero yo ahora soy lo que soy, que me hubiera gustado otra experiencia, pero he logrado mirar hacia atrás sin rencores y esa es mi gran victoria”. No se trata, pues, de ahuyentar a los fantasmas, sino de aprender a vivir con ellos y creo que ese es el principal viaje para cualquier persona en la vida.

Así sea.

Y todo lo anterior en el período que va de 1945 a 1965, que son las casi dos décadas que abarca el libro: sí, desde luego que sí: fue muy larga aquella posguerra del 45. Algo que en mi biografía personal no pude apreciar, dado que de esos casi veinte años tan sólo comparto con Corona los que van de 1961 a 1965, que realmente me dejaron muy pocos recuerdos..

Pero hay una cosa que sí he experimentado como Corona nos transmite en su libro y es que entonces éramos humanos, una humanidad que se ha prolongado en España hasta que la tecnología, con su dictadura de la individualidad, ha derrocado sobre algoritmos binarios. Pero todavía he vivido en calles donde la gente se conocía y se echaba una mano. Donde unas madres ayudaban a otras y los niños nos criábamos colectivamente. Donde todos sabíamos todo de todos, quizá demasiado, pero los vecinos eran vecinos y no entes ectoplasmáticos, humanoides con piel de plástico. Hace pocos años quise ver qué pasaba un 6 de enero por la mañana en Málaga y tan sólo hallé en la calle a un niño pasivamente embutido en un coche con motorcito eléctrico manejado a distancia por su progenitor. Eso era impensable en la España de los sesenta, donde el Día de Reyes era la gran, pero no la única, facundia colectiva de la infancia y creo que eso nos hizo mejores personas y mejores ciudadanos.

Sí, definitivamente, creo que en aquella época todos éramos humanos. Incluso en circunstancias tan duras como las que se comparten en Casi veinte años, todos éramos humanos. Muchas gracias, pues, Corona por este libro, que es tu libro, tu gran libro de recuerdos, pero que son también los recuerdos de muchos millones de españoles.


Enlace reseña en el "Adelantado de Segovia"


 

RESEÑA  
 (Equipo de Lectura de la editorial Sueños de Papel)
 LAS DUDAS
 Novela de Corona Zamarro

-Argumento: se trata de una obra que consigue enganchar al lector gracias, en parte, a la fuerza de los dos protagonistas, Clara y Miguel, y a los grandes sentimientos que son capaces de despertar en el lector, que en todo momento se sentirá identificado con las pasiones que los mueven, así como con sus vivencias. Desde el principio se ve que la protagonista ha sufrido por supuestos problemas del pasado que el lector tendrá que descubrir. De esta forma, poco a poco, con excelentes descripciones y un gran número de personajes, se nos irán desvelando dichos detalles sobre la realidad de ambos. Por otra parte, las dudas que ambos tienen con respecto a la relación que están empezando, crean muchas dificultades para llevarla adelante. Otro gran inconveniente es la enorme diferencia de todo tipo entre ellos: económica, cultural, psicológica…
 
-Narrativa: texto de lectura fácil y amena, en el que destacan la buena narración y el dibujo preciso y sugestivo tanto de personajes como de escenarios, entre ellos la ciudad de Málaga, con sus rincones más emblemáticos. Con dominio de la técnica narrativa y un vocabulario muy rico consigue reflejar la sociedad y el ambiente que rodea a los protagonistas. En este sentido cabe resaltar las escenas y los diálogos de la vida cotidiana, y los hábitos propios de la vida nocturna de la Costa del Sol. Con una estructura narrativa lineal, pronto surgen referencias a un personaje ideal al que se espera y que, al contrario que en “Esperando a Godot”, aparece al final del libro.
 
-Personajes principales: los protagonistas cuentan con una fuerte personalidad y con mucha garra. Sin duda, Clara y Miguel crean simpatía con el lector, y ese hecho va ganando en fuerza a medida que se va desarrollando el argumento. Por otra parte, son personajes complejos, no arquetipos buenos o malos: hay ciertas ocasiones en que la simpatía se convierte en rechazo debido a las dudas que los asaltan, y a la cobardía que sienten ante el reto de afrontar su nueva relación. La situación económica de Miguel será otro gran obstáculo hasta el final.

Personajes secundarios: hay una variedad muy interesante de personajes curiosos: uno a punto de caer en la marginación, jóvenes bohemios, amistades poco leales...



 

LA INVITADA EN EL JADÍN DE LA CONCEPCIÓN Y OTROS RELATOS
              
CRÍTICA de MARIO VIRGILIO MONTAÑÉS, escritor y crítico. 

RESUMEN

El reloj del dormitorio ha cerrado un paseo que comencé al tomar café con Amalia  Heredia-Livermore. Es como si la lectura de “La invitada en el Jardín de la Concepción y otros relatos” hubiera sido un sueño que comienza ante una casa palacio que sirve de portada del libro y que es roto por el aviso despiadado del despertador. Del mismo modo, el lector que entre al libro tras sortear los nenúfares de la cubierta, ascender las promisorias escaleras y acogerse a la sombra refrescante de la casona, se sentirá invitado a un lugar hermoso, con una belleza amarga en ciertos parajes, pleno de senderos y de hojas. De hojas que son las de un libro que es perenne y tanto de exterior como de interior, ya que las historias que cobija no se circunscriben, con prosa transparente, a narrar las vivencias de personajes sino también a describir las zozobras, el peregrinaje de los espíritus.

Corona mima el detalle y el dato, de forma que sería posible recorrer esos lugares, disfrutarlos, usando sus relatos como si de una guía se tratara.  En ese esfuerzo por lo concreto se advierte la exigencia de una narradora que mima cada línea, que medita cada relato para que la claridad del estilo se ponga al servicio de historias cuyos finales son magistrales. Con elegancia exquisita esos finales permiten al lector intuir o soñar lo que habrá de pasar con esos personajes que, por lo general, se han hecho querer en pocas páginas.

Los devenires de los afectos ocupan un buen grupo de relatos, en los que las pasiones son diseccionadas con rigor pero sin rencor. Ella, sabia en ficciones y afectos, opta por susurrarnos mientras paseamos, invitados, por un jardín con tramos de luz y  a la vez de melancolía.”

31 mayo 2011

 

Al Sur del Sur
Corona Zamarro
Editorial Alhulia (Granada, 2014)

CELEBRAR LA VIDA

Escribía el filósofo argentino Vicente Fatone que los hombres somos “seres itinerantes”, por el sentido interrogativo de nuestra existencia, y que al final de ese viaje, de esa búsqueda, acabamos encontrándonos a nosotros mismos, configurándose, pues, este viaje que es la vida, en una especie de regreso incesante. Un permanente ir y venir.

En la obra de Corona Zamarro, Al Sur del Sur, existe una ciclópea reflexión que la autora plantea acerca de ese “regreso” a uno mismo, una meditación acerca del sentido último de este viaje, de este recorrido, a través de la profundización en el hecho de la concepción humana que se encarna en el embarazo del que va a ser su primer nieto (Logan).

Dividido en dos partes, la primera de ellas es una miscelánea de propuestas poéticas, de perfil intimista que van desde los recuerdos de su llegada a Málaga (ciudad que acoge a esta mujer del Norte) a las experiencias vitales o a las contradicciones del amor. En definitiva, los temas eternos de la poesía (al decir de Ramón Pérez de Ayala: Dios, amor y muerte), con forma poliédrica y sin más cordón umbilical que el deseo de universalizar las emociones vividas por el escritor (en este caso escritora), en diferentes instantes de su recorrido existencial. La segunda parte del texto lo conforma un conjunto de 24 propuestas líricas confeccionadas con el sentido de unicidad. Tomando como argumento la anunciación del adviento del primer nieto, la escritora elabora una certera meditación, incardinada en la metáfora del engendramiento, que reflexiona sobre el significado de la existencia humana, de los seres queridos y de las cosas que se han amado. Introspección poética que alcanza en el texto momentos deslumbrantes, llenos de esplendor, construidos con el basamento de una poesía magistralmente elaborada sobre el sustento de acomodados alejandrinos (aunque intervienen en el texto otras formas métricas, si bien con menor profusión), con ese dulce y cadencioso ritmo que dota a la meditación filosófica de una noble arquitectura sobre la que sustenta, la poeta, su creación lírica.

La apuesta de Coroza Zamarro es la de entronizar el texto en la línea de recuperación de los valores humanos, de las relaciones personales y de la exaltación –sin reparos- de esas cualidades, actualmente en franco abatimiento. El poemario es un elogio de la felicidad a través de la reivindicación de la vida, de la familia, de los virtudes eternas del ser humano, en estos momentos convulsos, extraños e inciertos: tiempos de incertidumbre han dicho otros poetas.

Hay detalles en el relato que aun partiendo de presupuestos sencillos (que no significan menores), tienen un alto significado de alcance humano, como el acto de la abuela (o proyecto de abuela) que decide mantener encendida, durante el embarazo de su nuera, una vela azul y la coloca en el centro de la mesa redonda como recordatorio perenne de la existencia de un ser que está en camino. Esos actos, aparentemente intrascendentes, se hacen inmarcesibles en la voz del poeta, de la poeta, que cincela una poesía concebida con la urdimbre de los actos cotidianos ennoblecidos y universalizados desde el altar de la palabra precisa.

En el aspecto puramente formal destaca en la escritura de Corona la perfección del ritmo heptasílabo acomodado en una profusión desbordante de versos alejandrinos. La armoniosa cadencia con que está escrito el poemario nos hace recordar el suave rumor musical de las aguas que corren por los canales de las campiñas andaluzas o en las norias arabescas. Esa templanza rítmica confiere al texto la eufonía necesaria para acompañar a la voz poética. Voz que se sustenta sobre un lenguaje claro, preciso, entendible y directo. Decía Pound que el poeta no puede escribir algo que no sea capaz de decir en una conversación. Este es el caso de Corona, en quien precisión y claridad se dan la mano, haciendo alarde de un tono asequible, incluso casi coloquial, con capacidad de establecer un discurso poético de gran calado, de inmensa profundidad y absolutamente sensible.

A lo largo de nueve cartas dirigidas a su hijo (en una bella e íntima prosa poética) la poeta, la madre, la abuela, hace un recorrido temporal por el transitar del embarazo. Acompañan a las nueve cartas otros nueve poemas, esta vez dirigidos al nieto que avanza desde la materna matriz hasta el momento del alumbramiento. Las dieciocho composiciones prosaicas y líricas se inician con una recurrente anáfora: “querido hijo” y “querido nieto” que dan el continuum al texto. En el poemario de Zamarro todos los recuerdos, la experiencia vivida, el acontecer del pasado, se engarzan como un magma lírico para constituir al poema no como un fragmento de la vida de la autora, sino como una realidad transfigurada. La historia no es un simple acta notarial de la escritora, ni una crónica o una autobiografía, sino una realidad transubstanciada por el recurso de la memoria, de donde van emergiendo recuerdos, imágenes, experiencias de su ciudad natal, el niño que fue su hijo (y que tardó mucho en llegar) y que ahora es padre, los extraños nombres de las gentes de su tierra (Gaudencio, Lucio o Ezequiela), por aquella ancestral tradición de asignar el nombre del recién nacido en función del santo del día del nacimiento o las calles nevadas de Camprodón. Ese talento en contar las experiencias se hace milagro poético en el instante en que la autora logra universalizar a los personajes y convertirlos en nosotros mismos, hacer posible que nos identifiquemos con ellos de tal manera que nos llevan, también, a nuestros recuerdos, y nos sanan, y nos redimen, y nos salvan.

Las cartas y los poemas transcurren con el mismo ritmo cadencial de la vida que se abre paso en el vientre de July, mediante un entrañable entramado de historias y vivencias que la abuela cuenta a su hijo y recita al nieto que está en camino. Le recuerda a su propio hijo cómo fue su anterior embarazo, cómo eran las cosas en su tiempo, que los niños, por entonces, los traía la cigüeña o, en algunos casos, venían de París que era una ciudadela mitológica que hacía las veces de incubadora de la Seguridad Social. Dice Silvia Adela Kohan que “el poema no es un fragmento de la vida del poeta, sino una realidad transfigurada” y así ocurre en los poemas y prosas poéticas que componen Al Sur del Sur, donde la autora va desgranando la visión de la realidad que perdura en el recuerdo para hacer fabulación de lo adyacente y conjurar el milagro, como el que surge en el instante en el que Corona Zamarro dice en el poema “Diciembre”(en el séptimo mes del embarazo): “Todavía parece verano cuando me sorprende el humo y el olor de las castañas asadas, símbolo para mí del invierno”. Y esa visión sirve de coartada, de pretexto, para que la poeta desate el recurso del recuerdo y desde éste construya un marco escénico por el que transitan la visión de Segovia, la niña que un día fue, los erizos verdes, las señoritas que acudían a la Escuela Nacional de Magisterio con medias de cristal y zapatos de tacón o el hijo que acudía a la escuela con pasamontañas rojo y que pedía “caramelos de pared”. Pero nos perderíamos en forrajes que ocultan la hermosa visión que existe detrás de la maleza y nos extraviaríamos en extensas disecciones meramente colaterales si solo detuviésemos nuestra atención en lo puramente epidérmico o en lo formal, que siendo fundamental en este texto no es, sin embargo, lo esencial. Hablaríamos de laberínticos conceptos y obviaríamos aquello que decía Wilde: “el hombre no ve las cosas hasta que ve su belleza”. Corona Zamarro ha encontrado la belleza, la ha descubierto a través de la espoleta de este anuncio: “Me llamaste ayer tarde para darme la buena noticia: ibas a ser padre. Tú, aquel niño que reía en la cuna, que aprendió a caminar por la hierba de los prados del Norte…”; como decía, Corona Zamarro ha encontrado la belleza, la ha descubierto y ha comenzado a hablarnos de ella.

Por José Sarria

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